viernes, 7 de febrero de 2014

La embarcación


En pleno vuelo, y a media hora de haber despegado, recorde tus palabras, querida hermana: "Toma las cosas con calma, piénsalas bien, pero sólo mientras estés volando, Al bajar, haz las cosas que sientas que debas hacer".
Fue ahí, a 8 mil metros de altura, cuando comenzé a ver lo que la muchacha al lado de la ventanilla no veía. Le pedí cortésmente, pero con un tono duro y frío, que me devolviera el asiento que ella había ocupado y que, de manera inesperada y sin mi propio permiso, le había cedido.

Entonces observé el enorme cielo de nuestro planeta, pero en ese momento se transformó en el oceano pacífico aéreo. Vi las nubes que formaban las olas; vi el color rojizo del horizonte como bienvenida del amanecer en forma de un gran barco que lanzaba humo por sus cuatro chimeneas, saludandome alegremente; ví un gran bosque lejano, donde sus árboles frondosos hechos de agua en estado gaseoso movían sus hojas de un tono burlesco pero sincero;
Vi un enorme puerco revolcándose en un pequeño charco de nubes; vi a un enorme can de raza beagle nadando a través de la sangre de Lautaro; vi un gran elefante moribundo recostado en esa hierba imaginaria del infinito cielo; vi todos esos cerros y montes por donde yo revoloteaba cuando pequeño con papá; me ví a mi mismo recostado en un espacio de nubes firmes, con un gorrito de lana hecho por mamá para que no pasara frío;
y lo más maravilloso fué esa estrella solitaria que brillaba aún con mucha fuerza en lo más alto de toda esa íntima escena, esa estrella brillando eras tu, pequeña, eras tu, llamándome, saludándome, y recordándome la previa conversación antes del despegue.
En ese momento no quería nada más que darte las gracias, bajarte de ese cielo oscuro y tenerte en el asiento aledaño al mío, y abrazarte hasta que llegaramos a destino, y no soltarte, sólo darte un abrazo inmenso y agradecer tu dulce compañía. Nada más estaba más cerca de mi corazón y mi imaginación.
No volé, solo nadé en mi propio océano, en esa hermosa embarcación con alas y turbinas, a 8 mil metros del suelo, a 5 cm de mi alma, a 1 mm de mi sentido de realidad.

(Al mirar el cielo por primera vez, vi un escrito entre las nubes y el espacio exterior. En esa porción rojiza estaban escritas unas hermosas palabras que todos podían ver, pero que sólo yo descifré, y aquí están, para que todos puedan entenderlo).

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